jueves, 24 de marzo de 2011

Huésped sin sombra (Meira Delmar)


Nada deja mi paso por la tierra. 
En el momento del callado viaje 
he de llevar lo que al nacer me traje: 
el rostro en paz y el corazón en guerra. 

Ninguna voz repetirá la mía 
de nostálgico ardor y fiel asombro. 
La voz estremecida con que nombro 
el mar, la rosa, la melancolía. 

No volverán mis ojos renacidos 
de la noche a la vida siempre ilesa, 
a beber como un vino la belleza 
de los mágicos cielos encendidos. 

Esta sangre sedienta de hermosura 
por otras venas no será cobrada. 
No habrá manos que tomen, de pasada, 
la viva antorcha que en mis manos dura. 

Ni frente que mi sueño mutilado 
recoja y cumpla victoriosamente. 
Conjuga mi existir tiempo presente 
sin futuro después de su pasado. 

Término de mí misma, me rodeo 
con el anillo cegador del canto. 
Vana marea de pasión y llanto 
en mí naufraga cuanto miro y creo. 

A nadie doy mi soledad. Conmigo 
vuelve a la orilla del pavor, ignota. 
Mido en silencio la final derrota. 
Tiemblo del día. Pero no lo digo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

A LOS PESCADORES DE RETA (Gabriel Impaglione)


Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban cegando la luz horizontal
del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De vez en cuando un viejo pescador emerge
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa. 

YO SÉ UN DÍA DE PANES (Gabriel Impaglione)


donde todos los colores 
donde todas las guitarras 
donde la vida toda. 

Yo sé un día de panes 
cuando todos los colores 
cuando todas las guitarras 
cuando la vida toda. 

Poética (Gabriel Impaglione)


Abrir los pasadizos secretos
de las horas deshojadas,
a tientas intentarlos,
ocupando las manos,
la terca voluntad de taladro,
la inconsciencia empuñando
el oficio de topo abecedario.
En el final de cada túnel
a veces, la poesía. 

HE VISTO AYER, TAL VEZ DE MAÑANA (Gabriel Impaglione)


He visto ayer, tal vez de mañana,
cerca de una hora precisa de pan caliente
todavía, al hombre que pasaba
con sus hijos en la boca.
Rodaba en su bicicleta sobre un hilo
de regreso urgente.
O volvía a llevar la misma mirada de imposibles rota.
A dejarla en la cocina como una medalla,
un trofeo astillado, un punto de partida.
Cargaba una bolsa redonda, hinchada
de almuerzo y las manos en los brazos
y los brazos en los hombros
y los hombros rematando la ancha espalda
transpirada.
Ay mi amor el hombre que estrenaba
el brillo en los ojos, el aire en los pulmones,
la honda y poderosa esperanza.
¡Lo hubieras visto!
¡No vi guitarra tan llena de auroras!
Caminaba sobre el viento
con breves pasos circulares
y silbaba.
Iba detrás del abrazo, del buen día,
como si lo arrastrara el alma.
Y a sus espaldas flameaba una pared,
un torno, un crisol, una espiga!
Habrá sido un martes de espadas,
o aquel jueves que los diarios callaron,
pero lo vi deambular por el residuo
y me preguntó la hora.
No hay apuro, me dijo y fumamos,
la basura no tiene memoria.
Me llevé su mirada de
granito y cartón,
su rostro desatando los abismos,
y en ese espejo me conté los años.
Ay mi amor, si supieras tanta palabra
inútil que ronda en los periódicos!
Hoy es lunes de mirar distinto.
Silbaba y en su camisa el viento fresco
era remolino de mesa servida,
un come despacio con sol afuera,
fiesta del pan que me ha llenado el alma.

Argentina, 1976 (Gabriel Impaglione)


He visto los hombres trepar a la sombra
tensando los arneses aún dormidos
y marchar unidos en el esfuerzo bestial
hasta montar el sol sobre la tierra.

Entonces salían de todas partes los niños y las madres
y luego los mercados llenaban las veredas
de silbos y manzanas.

¡La alegría de las gestas domésticas
coronadas por la dignidad del almuerzo!

He visto largas caravanas de obreros en el alba
marchar hacia el metal de la sirena.
Ágiles bicicletas con la vianda,
la radio colgando del manubrio.

Hasta que el estrépito de ráfaga
de cañón maldito
de horrorosa muerte
abrió un boquete en cada casa y entró la niebla negra.

Todo se retorció como un pez en la arena,
hasta ser tragado por el miedo.

Desapareció la
fábrica.
También el hombre.
Y los hijos, y los mercados con silbo, y las radios
que no fueron sino un espejo del infierno roto a veces.
La universidad de Luján fue clausurada.
Encadenaron la luz en los sangrientos sótanos,
persiguieron los brotes del canto asesinado.

El abrazo fue un código secreto
la patria un dolor ahogado bajo la tortura.
Y el sol deseo apenas musitado 
entre los nombres de los
que ya no estaban.

DESANDAR EL DESÁNIMO (Gabriel Impaglione)


Desanimar el desánimo
deshilacharlo
que se desdibuje
grotescamente
y se destierre
y se deseternice
y su deshielo nos descubra
llenos de desimposibles.

A LA ESPIRAL DEL RUMBO LOS SENTIDOS (Gabriel Impaglione)


Como abejas laboriosas 
y una hora de luz 
que viene con su inmensa cuchara azucarada. 

La altura desprende espejos sobre la montaña 
mientras crece en los cipreses 
el murmullo del viento 
escurriéndose hacia los confines de la hora. 

Ay Sardegna, isla dura y antigua, 
cuatro veces nacida de sol azul, 
de secretos embates milenarios, 
de melancólico horizonte cargado de navíos. 

En la vid y el olivo la virtud latente, 
la vigilia en la cima de la núraga, 
plegarias de sol en un sendero de cabras, 
leña ardiendo en el centro del invierno. 

He reconocido la esencia del abrazo, 
los caprichos de su arquitectura. 
Su rito de máscaras en el frío carnaval 
de las llameantes risas con campanas. 

Voy por sus detalles como un niño. 
Todo ante mí inaugura su misterio. 
Ahora y ahora encuentro en los instantes 
el amor prendido como un canto. 

PREGUNTO: ¿DÓNDE ESTÁN LOS NIÑOS? (Gabriel Impaglione)


He visto las mismas bombas que astillaron Bagdad 
como una antigua magnífica cerámica 
caer con su bramido de roja singladura 
sobre Beirut. 
¿Es verdad que el miedo se espesa 
hasta hacer coraza de la piel ardida? 

¿Cuánta muerte, Andrés, amigo mío, 
significa Israel partida por la rabia? 
¿Se puede medir la gravedad del miedo, 
la profundidad de la sangre? 
¿Cómo se dice: ¡Basta! para que se entienda? 

¡Cuántos muertos sin muerte en los refugios 
donde también se apilan desmemorias! 

¿Es verdad que en Beirut las calles 
conducen sólo a una gran tumba abierta? 

¿Dónde están los niños? 
¿Han sobrevivido las muchachas que resplandecían 
detrás de los inmensos ojos negros? 
¿Va de cadáver en cadáver la poesía 
que abrió las ventanas del Líbano 
a paisajes de andamios y de pájaros? 

¿Dónde esta los niños? 
¡Dónde! 
¡Dónde están los niños! 

Generales, mercaderes de armas, traficantes 
de banderas, secuaces del imperio: 
¡dónde están los niños! 

Si es verdad que las heridas 
lloran gotas de respuestas rotas, el aire 
es espada que destroza la mano que la empuña. 

¿Porqué Joumana los verdugos 
cuando todo pedía por el canto? 

¡Dónde están los niños! 
¿Junto a los huesos de sus padres en las cárceles 
y los centros de tortura? 
¿Bajo la lluvia de plomo a mansalva? 
¿En las orillas de las ciudades sitiadas por el odio? 

Las mismas bombas que una vez y otra 
se repiten imbéciles, ciegamente imbéciles 
sobre plazas, mercados, aulas y cocinas, 
sobre los niños del Líbano y Palestina,

sobre todas las conciencias 
también caen ahora sobre mi casa. 

Juntemonos (Anónimo)


Aquí viene con su gorra vieja.
Estancado en la rutina.
Con su ojo desorbitado.
Es un santurrón.
El cabello le llega hasta las rodillas.
Tiene que ser un bromista, solo hace lo que le place.
No se lustra los zapatos.
Tiene los pies amoratados,
Tiene dedo de mono.
Maldice a coca cola.
El dice…
“te conozco, y tú… té me conoces a mí”.
Una cosa puedo decirte.
Y es que tienes que ser libre.
Juntémonos.
Ahora mismo.
junto a mí.
Recoge cosas de la calle.
Tiene botas de goma de morsa.
Todo lo lleva consigo.
Tiene el espinazo roto.
Los pies pegados a las rodillas.
Juntémonos
Ahora mismo
junto a mí.
Es una montaña rusa
Recibió un primer aviso
Le dieron agua turbia
Es un filtro de narcóticos
Dice “uno y uno y uno son tres”
Tiene que ser guapo porque es tan caro de ver
Juntémonos
Ahora mismo
Sobre mí

lunes, 21 de marzo de 2011

Mujer (Gabriel Impaglione)


Esencia original del pan y la alegría.
Ramo de luz que viene
por el hijo de la sombra,
le otorga palabra y fundamento,
confiere verdadera estatura de hombre
y con un soplo apenas,
brisa de claridad, avenida
de invisibles mariposas,
extiende el sendero del amor en la tierra.

Multiplicadora de nombres y geranios,
sabores, fusiles y banderas
(que es mujer la Patria
y Mujer la dignidad y la rosa.)

Establece primaveras con la boca
y gobierna los ciclos y las cosas.
Núcleo celeste
corazón del tiempo
fortaleza de la ternura.
En sus mareas el sol y la luna
son peces de plata que convocan
los oficios del hombre y de los sueños.

¡Ay cántaro del día!
Puñado de agua, llama
en el silencio de las horas huecas.
Mitad que me desmuere.
Honda plenitud de la maravilla.

domingo, 20 de marzo de 2011

La Calavera (José Asunción Silva)


En el derruido muro
de la huerta del convento,
en un agujero oscuro
donde, al pasar, silba el viento,

y, como una dolorida
queja a las piedras arranca,
hay, en el fondo, escondida
una calavera blanca.

De algún fraile soñador
de vida ejemplar y bella
y dedicada al Señor,
en el mundo única huella.

Abre los ojos, sin fondo,
como a visiones extrañas,
y del vacío en lo hondo
forjan telas las arañas.

Húmedo musgo grisoso
recubre la antigua grieta,
donde, en supremo reposo,
descansa ignorada y quieta.

Pero hasta aquella escondida
mansión la brisa ligera
lleva murmullos de vida
y olores de primavera.

Golondrinas, que en sus marchas
dejaron el patrio río,
huyendo de las escarchas,
de las brumas y del frío,

cuando la luz del Poniente
filtra por el hondo hueco
y hace parecer viviente
el cráneo rígido y seco,

desde las negras ruïnas,
alzan sosegado vuelo, 
en sus vueltas peregrinas
tocan las ramas y el suelo,

como buscando en el prado,
ya por la tarde, sombrío,
el espíritu elevado
que habitó el cráneo vacío.

sábado, 19 de marzo de 2011

Apartado (Manuel García Morente)

El esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre, constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, q aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la respuesta. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha.

No es extraño q el carácter peculiar de la filosofía se refleje sobre sus enseñanza y suscite dificultades casi insuperables. Enseñar filosofía no consiste en informar o ilustrar al discípulo acerca de pormenores que fatigan su memoria, sino suscitar en su anónimo el nacimiento de los problemas y despertar la necesidad de encontrarles perentoria respuesta; hacer q el enigma hunda su aguijón en la carne del neófito y que éste se sienta arrastrado por la incógnita experimentada como angustia propia. Por eso, iniciarse en filosofía no es asimilar un saber logrado, sino lanzarse, por propia cuenta y riesgo, a filosofar (a reflexionar sobre...)

viernes, 18 de marzo de 2011

A los hombres futuros (Bertolt Brecht)

Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.

domingo, 13 de marzo de 2011

LENTO, AMARGO ANIMAL (JAIME SABINES)


Lento, amargo animal
Que soy, que he sido,
Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.
Amargo como esos minerales amargos
Que en las noches de exacta soledad
-Maldita y arruinada soledad
Sin uno mismo-
Trepan a la garganta
Y, costras de silencio,
Asfixian, matan, resucitan.
Amargo como esa voz amarga
Prenatal, presubstancial, que dijo
Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
Que murió nuestra muerte,
Y que en todo momento descubrimos.
Amargo desde dentro,
Desde lo que no soy,
-Mi piel como mi lengua-
Desde el primer viviente,
Anuncio y profecía.
Lento desde hace siglos,
Remoto -nada hay detrás-,
Lejano, lejos, desconocido.
Lento, amargo animal
Que soy, que he sido.

SE MIRAN, SE PRESIENTEN, SE DESEAN (OLIVERIO GIRONDO)


Se miran, se presienten, se desean,
Se acarician, se besan, se desnudan,
Se respiran, se acuestan, se olfatean,
Se penetran, se chupan, se demudan,
Se adormecen, despiertan, se iluminan,
Se codician, se palpan, se fascinan,
Se mastican, se gustan, se babean,
Se confunden, se acoplan, se disgregan,
Se aletargan, fallecen, se reintegran,
Se distienden, se enarcan, se menean,
Se retuercen, se estiran, se caldean,
Se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
Se tantean, se juntan, desfallecen,
Se repelen, se enervan, se apetecen,
Se acometen, se enlazan, se entrechocan,
Se agazapan, se apresan, se dislocan,
Se perforan, se incrustan, se acribillan,
Se remachan, se injertan, se atornillan,
Se desmayan, reviven, resplandecen,
Se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
Se derriten, se sueldan, se calcinan,
Se desgarran, se muerden, se asesinan,
Resucitan, se buscan, se refriegan,
Se rehúyen, se evaden y se entregan

viernes, 11 de marzo de 2011

Dos de corazones (Ariet Rot)


Acordate de esas noches y esos días
por las mesas desfilaban los millones
yo jugaba como un loco y te quería
nuestra carta favorita era el dos de corazones

Aposté la telecaster la camisa
estuve a punto de perder los pantalones
una última mano en la cornisa
barajé y salió el dos de corazones

Tuve un garito en la calle Honduras
ahora duermo revolcado entre cartones
lo perdí todo en una noche de locura
apostando por el dos de corazones

Me buscan los secuaces de la Turca
quieren darle de comer a los leones
te la encargo el sendero se bifurca
ya no sale más el dos de corazones

Ya vino a tomarme las medidas
el tipo que fabrica los cajones
con su mazo de cartas repetidas
ya que todas son el dos de corazones

Tuve un garito en la calle Honduras
ahora duermo revolcado entre cartones
lo perdí todo en una noche de locura
apostando por el dos de corazones
Podría ponerme de rodillas
rogarte que no me abandones
aunque no eres ninguna maravilla
me lo juego todo al dos de corazones

martes, 8 de marzo de 2011

Sólo de noche (Temuco)

Iluminas mi día y mi noche.
me perteneces, pero no eres mío
necesario para vivir
inexplicablemente para morir
abundante para soñar
explícitamente para mí
me perteneces, pero no eres mío

Iluminas mi alma y oscureces mi corazón
el viento me eleva
los niños ríen y los ancianos lloran
yo te miro, tú cierras los ojos
te espero... no llegas
solo oscureces mi corazón

Iluminas el campo y oscureces la ciudad
el verde me alimenta, el gris me desnutre
tu sonrisa me enamora, tus gritos me ahogan.
los niños lloran, los perros ladran, yo lloró.
iluminas tu corazón, oscureces el mío

Iluminas la calle, oscureces mi cuerpo
todos ríen, yo cierro la boca
me llaman, no respondo
los niños ríen, los perros no están, yo lloro.
me llaman no respondo.
oscureces mi día y mi noche

Me perteneces, aunque no quiera
necesario para que vivas
inexplicablemente para que no mueras
abundante para tus sueños
explícitamente para mí

Alimentas mi alma y mis sueños
alimentas a mis hijos y a tus perros
decoras el árbol y compras regalos
los niños ríen los ancianos lloran
tu sonrisa me enamora, tus caricias me enloquecen
alimentas mi vida y mi corazón

La lluvia me moja.
los niños lloran, los ancianos callan
yo no te miro, u abres la boca
no te espero... sol de noche
iluminas la calle, oscureces mi cuerpo
rió, lloro, rió, grito, rió... lloro.

no se si es de día, de noche
no hay sol, no hay luna
¿hay estrellas?
siento frío, los ancianos no están
soledad inmensa que ni a los niños oigo
¿ríen o lloran?

Te vas, vuelves
te vas, no vuelvas!!!
vuelve, por favor...
sol de noche

Alimentas mi alegría y mi esperanza
sol por una noche
decoras mi cuerpo y compras odio
todos los días
tu sonrisa me enamora, tus caricias me enloquecen
tu mirada me cautiva, tus gritos me ahogan
tu mirada me asusta, tus caricias me alocan
derramas una lágrima
gracias a mi existe el mar muerto!!

Te quiero, quiéreme
los ancianos lloran, yo junto a ellos.
te quiero, no me quieras
los ancianos callan, yo junto a ellos.
te odio, no me odies más
los niños huyen, los ancianos los reciben

¿Las estrellas brillan?
solo un ojo puedo abrir
no me dejas ver
no me puedo mover
no me dejas arrancar.
espejos no hay
¿como me veo?
¿¿quien soy??

¿Quien soy?
yo solía reír, conversar, bailar
solía comprar, comer y fumar
solía caminar, nadar y nada
¿quien soy?
solía ver el soy de día

Vete, no vuelvas
vete, te odio
no vuelvas
llévate a tus perros.
los ancianos asientan con la cabeza
los niños con los pies.

Iluminas mi día y mi noche
alimentas mi alma y mis sueños
alimentas mi vida y mi corazón
alimentas mi alegría y mi esperanza
¿quien soy?
iluminas mi alma y oscureces mi corazón
iluminas el campo y oscureces la ciudad
iluminas tú corazón, oscureces el mío
iluminas la calle, oscureces mi cuerpo
oscureces mi día y mi noche
¿quien soy?

Soy el día y la noche
tengo alma y corazón
soy el campo y también la ciudad
tengo sueños y esperanza
soy vida y alegría.

Un farol ilumina más que un sol de noche
una vela ilumina más que un sol de noche
una luna ilumina más que un sol de noche

Yo soy el sol
tu sol de noche yo te cree
tu sol de noche yo te alimente
tu sol de noche yo te cuide
tu sol de noche no existes

Yo soy el sol
que ilumino mi día y mi noche
que ilumino mi alma y mi corazón
que me entrego alegría y esperanza
que cuido mi sonrisa y mi cuerpo

Yo soy el sol de día
que ilumino la luna y las estrellas
que le entrega alegría a los ancianos
y esperanza a los niños.

Hoy yo decore el árbol y compre gatos.

Himno a la Belleza (Charles Baudelaire)




¿Bajas del hondo cielo y emerges del abismo.

Belleza? Tu mirada infernal y divina 
Confusamente vierte crimen y beneficio,
Por lo que se podría al vino compararte.

Albergas en tus ojos al poniente y la aurora,
Cual tarde huracanada exhalas tu perfume;
Son un filtro tus besos y un ánfora tu boca
Que hacen cobarde al héroe y al niño valeroso.

¿Del negro abismo emerges o bajas de los astros?
Como un perro, el Destino sigue ciego tu falta.
Al azar vas sembrado el luto y la alegría
Y todo lo gobiernas sin responder de nada.

Caminas sobre muertos, Belleza, y de ellos ríes;
El Horror, de tus joyas no es la menos hermosa
Y el Crimen, entre todas tus costosas preseas
Danza amorosamente sobre el vientre triunfal.

La aturdida falena vuela hasta ti, candela,
Crepito, estallo y grita: ¡Bendigamos la llama!
El amante, jadeando sobre su bello amada,
Semeja un moribundo que su tumba acaricia.

Que tú llegues del cielo o el infierno, ¿Qué importa?
Belleza, inmenso monstruo, pavoroso e ingenuo,
Si tu mirar, tu risa, tu pie, me abren las puertas
De un infinito que amo y nunca conocí.

Satánica o divina, ¿Qué importa? Ángel, sirena,
¿Qué importa? Si tu vuelves-hada de ojos de raso,
Resplandor, ritmo, aroma, ¡oh, mi señora única!-
Menos odioso el mundo, mas ligero el instante.

Mis Debilidades (Temuco)



La vida no enseña, te descoloca.
La experiencia no ayuda, te perjudica.
La sabiduría te ciega,
la fé te entrega incredulidad.
El amor no enamora, desenamora.
La familia no enseña, te malcría.
La confianza te da desconfianza.
La verdad te miente y la mentira te demuestra la realidad,
una realidad que no existe.

El cigarro no se aspira, se fuma.
El corazón no late, bombea.
La sonrisa no es felicidad,
es solo una expresión
y el llanto es felicidad ahogada en tristeza.

El conocimiento no entrega sabiduría
sino te inunda de ignorancia
y la ignorancia te entrega conocimiento.
La maldad hace el bien
dice el egoísmo de Maquiavelo.

El sexo no es pasión es calentura,
una calentura con pasión.
La luz no alumbra solo te ayuda a ver
y aún así todavía no lo ves.
El rojo no es un color
sino el blanco ensangrentado
Y la sangre es solo un líquido de color rojo.
El uno no es un número
solo es uno.

La muerte no es un fin
tampoco un comienzo.
El sol no da vida solo es parte de la fotosíntesis,
como la comida no alimenta, engorda.
La gordura no es mala, solo es discriminada.
Los libros no se leen, sin antes escribirlos.
El autor no es autor es escritor.
La pobreza no es una condición
es la escasez de conciencia.
Los defectos son las faltas de virtudes.
Y mis debilidades son tú fortaleza.

Mujer...(Fernández & Lizcano, 2011)







Tú mujer de piel tersa, pero también
escamosa, que con suavidad envuelves
en tu pecho, los brazos que alivian el caminar, 


que aunque escarpado por la vida, refugias
con tu amor de mujer, la delicadeza


vislumbrante de la vida, y proteges del viento
el dolor y el llanto de una existencia 
sin salida.


Tus labios son finos pincelazos rojo carmín,
que expresen un sin fin de emociones,
y un sin fin de desamores. El rojo carmín
que ala acompaña es la viva esencia de vida
hecha carne... hecha ella.



Tú corazón está acompañado de candor y
emoción, candor por el calor y por la
comprensión, que abarca su alma,
emoción por el valor de ser una en 
un millón y también un millón en una.


lunes, 7 de marzo de 2011

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA (Porfirio Barba Jacob)

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!

domingo, 6 de marzo de 2011

LA MUERTE DE ISOLDA (Horacio Quiroga)

  Concluía el primer acto de Tristán e Isolda. Cansado de la agitación de ese día, me quedé en mi butaca, muy contento de mi soledad. Volví la cabeza a la sala, y detuve en seguida los ojos en un palco bajo.
         Evidentemente, un matrimonio. Él, un marido cualquiera, y tal vez por su mercantil vulgaridad y la diferencia de años con su mujer, menos que cualquiera. Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro —aun bien hermoso— residen en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que'no entenderán nunca las mujeres.
         La miré largo rato a ojos descubiertos porque la veía muy bien, y porque cuando el hombre está así en tensión de aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio femenino de los anteojos.
         Comenzó el segundo acto. Volví aún la cabeza al palco, y nuestras miradas se cruzaron. Yo, que había apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viví en un segundo, al sentirla directamente apoyada en mí, el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca.
         Fue aquello muy rápido: los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente a mí.
         Fue asimismo, con la súbita dicha de haberme soñado un instante su marido, el más rápido desencanto de un idilio. Sus ojos volvieron otra vez, pero en ese instante sentí que mi vecino de la izquierda miraba hacia allá, y, después de un momento de inmovilidad por ambas partes, se saludaron.
         Así, pues, yo no tenía el más remoto derecho a considerarme un hombre feliz, y observé a mi compañero. Era un hombre de más de treinta y cinco años, de barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba inequívoca voluntad.
         —Se conocen —me dije— y no poco.
         En efecto, después de la mitad del acto mi vecino, que no había vuelto a apartar los ojos de la escena, los fijó en el palco. Ella, la cabeza un poco echada atrás, y en la penumbra, lo miraba también. Me pareció más pálida aún. Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles.
         Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes de concluir aquél, salió por el pasillo lateral. Miré al palco, y ella también se había retirado.
         —Final de idilio —me dije melancólicamente.
         Él no volvió más, y el palco quedó vacío.
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         —Sí, se repiten —sacudió largo rato la cabeza—. Todas las situaciones dramáticas pueden repetirse, aun las más inverosímiles, y se repiten. Es menester vivir, y usted es muy muchacho... Y las de su Tristán también, lo que no obsta para que haya allí el más sostenido alarido de pasión que haya gritado alma humana. Yo quiero tanto como usted esa obra, y acaso más. No me refiero, querrá creer, al drama de Tristán, y con él las treinta y seis situaciones del dogma, fuera de las cuales todas son repeticiones. No; la escena que vuelve como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinación de una dicha muerta, es otra cosa Usted asistió al preludio de una de esas repeticiones... Sí, ya sé que se acuerda... No nos conocíamos con usted entonces... ¡Y precisamente a usted debía de hablarle de esto! Pero juzga mal lo que vio y creyó un acto mío feliz... ¡Feliz!... oigame. El buque parte dentro de un momento, y esta vez no vuelvo más... Le cuento esto a usted, como si se lo pudiera escribir, por dos razones: Primero, porque usted tiene un parecido pasmoso con lo que era yo entonces —en lo bueno únicamente, por suerte—. Y segundo, por que usted, mi joven amigo, es perfectamente incapaz de pretenderla, después de lo que va a oír. Oígame:
         La conocí hace diez años, y durante los seis meses que fui su novio hice cuanto estuvo en mí para que fuera mía. La quería mucho, y ella, inmensamente a mí. Por esto cedió un día, y desde ese instante mi amor, privado de tensión, se enfrió.
         Nuestro ambiente social era distinto, y mientras ella se embriagaba con la dicha de poseer mi nombre, yo vivía en una esfera de mundo donde me era inevitable flirtear con muchachas de apellido, fortuna, y a veces muy lindas.
         Una de ellas llevó conmigo el flirteo bajo parasoles de garden party a un extremo tal, que me exasperé v la pretendí seriamente. Pero si mi persona era interesante para esos juegos, mi fortuna no alcanzaba a prometerle el tren necesario, y me lo dio a entender claramente.
         Tenía razón, perfecta razón. En consecuencia, flirteé con una amiga suya, mucho más fea, pero infinitamente menos hábil para estas torturas del téte-à-téte a diez centímetros, cuya gracia exclusiva consiste en enloquecer a su flirt, manteniéndose uno dueño de sí. Y esta vez no fui yo quien se exasperó.
         Seguro, pues, del triunfo, pensé entonces en el modo de romper con Inés. Continuaba viéndola, y aunque no podía ella engañarse sobre el amortiguamiento de mi pasión, su amor era demasiado grande para no iluminarle los ojos de felicidad cada vez que me veía llegar.
         La madre nos dejaba solos; y aunque hubiera sabido lo que pasaba, habría cerrado los ojos para no perder la más vaga posibilidad de subir con su hija a una esfera mucho más alta.
         Una noche fui allá dispuesto a romper, con visible malhumor, por lo mismo. Inés corrió a abrazarme, pero se detuvo, bruscamente pálida.
         —¿Qué tienes? —me dijo.
         —Nada —le respondí con sonrisa forzada, acariciándole la frente. Ella dejó hacer, sin prestar atención a mi ¡nano y mirándome insistentemente. Al fin apartó los ojos contraídos y entramos en la sala.
         La madre vino, pero sintiendo cielo de tormenta, estuvo sólo un momento y desapareció.
         Romper es palabra corta y fácil; pero comenzarlo...
         Nos habíamos sentado y no hablábamos. Inés se inclinó, me apartó la mano de la cara y me clavó los ojos, dolorosos de angustioso examen.
         —¡Es evidente!... —murmuró.
         —¿Qué?—le pregunté fríamente.
         La tranquilidad de mi mirada le hizo más daño que mi voz, y su rostro se demudó:
         —¡Que ya no me quieres! —articuló en una desesperada y lenta oscilación de cabeza.
         —Esta es la quincuagésima vez que dices lo mismo —respondí.
         No podía darse respuesta más dura; pero yo tenía ya el comienzo.
         Inés me miró un rato casi como a un extraño, y apartándome bruscamente la mano con el cigarro, su voz se rompió:
         —¡Esteban!
         —¿Qué? —torné a repetir.
         Ésta vez bastaba. Dejó lentamente mi mano y se reclinó atrás ex el sofá, manteniendo fija en la lámpara su rostro lívido. Pero un momento después su cara caía de costado bajo el brazo crispado al respaldo.
         Pasó un rato aún. La injusticia de mi actitud —no veía en ella más que injusticia— acrecentaba el profundo disgusto de mí mismo. Por eso cuando oí, o más bien sentí, que las lágrimas brotaban al fin, me levanté con un violento chasquido de lengua.
         —Yo creía que no íbamos a tener más escenas —le dije paseándome.
         No me respondió, y agregué:
         —Pero que sea ésta la última.
         Sentí que las lágrimas se detenían, y bajo ellas me respondió un momento después:
         —Como quieras.
         Pero en seguida cayó sollozando sobre el sofá:
         —¡Pero qué te he hecho! ¡Qué te he hecho!
         —¡Nada! —le respondí—. Pero yo tampoco te he hecho nada a ti... Creo que estamos en el mismo caso. ¡Estoy harto de estas cosas!
         Mi voz era seguramente mucho más dura que mis palabras. Inés se incorporó, y sosteniéndose en el brazo del sofá, repitió, helada:
         —Como quieras.
         Era una despedida. Yo iba a romper, y se me adelantaban. El amor propio, el vil amor propio tocado a vivo, me hizo responder:
         —Perfectamente... Me voy. Que seas más feliz... otra vez.
         No comprendió, y me miró con extrañeza. Yo había ya cometido la primera infamia; y como en esos casos, sentí el vértigo de enlodarme más aún.
         —¡Es claro! —apoyé brutalmente—. Porque de mí no has tenido queja.... ¿no?
         Es decir: te hice el honor de ser tu amante, y debes estarme agradecida.
         Comprendió más mi sonrisa que mis palabras, y mientras yo salía a buscar mi sombrero en el corredor, su cuerpo y su alma entera se desplomaban en la sala. Entonces, en ese instante en que crucé la galería, sentí intensamente lo que acababa de hacer. Aspiración de lujo, matrimonio encumbrado, todo me resaltó como una llaga en mi propia alma. Y yo, que me ofrecía en subasta a las mundanas feas con fortuna, que me ponía en venta, acababa de cometer el acto más ultrajante con la mujer que nos ha querido demasiado... Flaqueza en el Monte de los Olivos, o momento vil en un hombre que no lo es, llevan al mismo fin: ansia de sacrificio, de reconquista más alta del propio valer. Y luego la inmensa sed de ternura, de borrar beso tras beso las lágrimas de la mujer adorada, cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado es la más bella luz que pueda inundar un corazón de hombre.
         ¡Y concluido! No me era posible ante mí mismo volver a tomar lo que acababa de ultrajar de ese modo: ya no,era digno de ella, ni la merecía más. Había enlodado en un segundo el amor más puro que hombre alguno ha ya sentido sobre sí, y acababa de perder con Inés la írreencontrable felicidad de poseer a quien nos ama entrañablemente.
         Desesperado, humillado, crucé por delante de la sala, y la,vi echada sobre el sofá, sollozando el alma entera, entre sus brazos.
         ¡Inés! ¡Perdida ya! Sentí más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve.
         —¡Inés! —dije.
         Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notario bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor —¡esa vez, sí, inmenso amor!
         —No, no... —me respondió—. —¡Es demasiado tarde!
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         Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura más seca y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi parte, no podía apartar de mi memoria aquella adorable belleza del palco, sollozando sobre el sofá...
         —Me creerá —reanudó Padilla— si le digo que en mis insomnios de soltero descontento de sí mismo la he tenido así ante mí... Salí enseguida de Buenos Aires sin ver casi a nadie, y menos a mi flirt de gran fortuna... Volví a los ocho años, y supe— entonces que se había casado, a los seis meses de haberme ido y Torné a alejarme, y hace un mes regresé, bien tranquilizado ya, y en paz.
         No había vuelto a verla. Era para mí como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal tiene para el hombre hecho que después amó cien veces... Si usted es querido alguna vez como yo lo fui, y ultraja como yo lo hice, comprenderá, toda la pureza que hay en mi recuerdo.
         Hasta que una noche tropecé con ella. Sí, esa misma noche en el teatro... Comprendí, al ver al opulento almacenero de su marido, que se había precipitado en el matrimonio, como yo al Ucayali... Pero al verla otra vez, a veinte metros de mí, mirándome, sentí que en mi alma, dormida en paz, surgía sangrando la desolación de haberla perdido, como si no hubiera pasado un solo día de esos diez años. ¡Inés! Su hermosura, su mirada —única entre todas las mujeres—, habían sido 'mías, bien mías, porque me habían sido entregadas con adoración. También apreciará usted esto algún día.
         Hice lo humanamente posible para olvidar, me rompí las muelas tratando de concentrar todo mi pensamiento en la escena. Pero la prodigiosa partitura de Wagner, ese grito de pasión enfermante, encendió en llama viva lo que quería olvidar. En el segundo o tercer acto no pude más y volví la cabeza. Ella también sufría la sugestión de Wagner, y me miraba. ¡Inés, mi vida! Durante medio minuto su boca, sus manos, estuvieron bajo mi boca y mis,ojos, y durante ese—tiempo ella concentró en su palidez la sensación de esa dicjla muerta hacía diez años. ¡Y Tristán siempre, sus alaridos de pasión sobrehumana, sobre nuestra felicidad yerta!
         Me levanté entonces, atravesé las butacas como u sonámbulo, y avancé por el pasillo aproximándome ella sin verla, sin que me viera, como si durante diez años no hubiera yo sido, un miserable...
         Y como diez años atrás, sufrí la alucinación de que llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ella.
         Pasé, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido. Como diez años antes sobre el sofá ella, Inés, tendida ahora en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de Wagner y su felicidad deshecha.
         ¡Inés!.... Sentí que el destino me colocaba en un momento decisivo. ¡Diez años!... ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés mía!
         Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido por los sollozos, la llamé:
         —¡Inés!
         Y como diez años antes, los sollozos redoblaron, y como entonces me respondió bajo sus brazos:
         —No, no... ¡Es demasiado tarde!...