sábado, 19 de febrero de 2011

Por el camino de Swann (extracto): amada en palabras (Marcel Proust)


Yo siempre tenía a la mano un plano de París, que me parecía un tesoro porque en él podía distinguirse la calle donde habitaban los señores de Swann. Y, por gusto, y por una especie de caballeresca fidelidad, a poco que viniera a cuento, pronunciaba el nombre de esa calle, tanto que mi padre, que no estaba enterado de mi amor, como mi abuela y mi madre, me preguntó:

–Yo no sé por qué estás siempre hablando de esa calle; no tiene nada de particular. Se debe de vivir bien allí, porque está a dos pasos del Bosque, pero también hay otras que les pasa lo mismo.

Yo me las arreglaba para hacer pronunciar a mis padres, a cualquier propósito, el nombre de Swann; claro que mentalmente yo no dejaba de repetírmelo un momento, pero además necesitaba oír su deliciosa sonoridad y hacer que me tocaran esa música, con cuya muda lectura no me satisfacía. Ese nombre de Swann, aunque le conocía yo de antiguo, era para mí ahora un nombre nuevo, como sucede a los afásicos con las palabras más usuales. Y mi alma, aunque siempre le tenía presente, no podía acostumbrarse a él. Yo le descomponía, le deletreaba; su ortografía era para mí una sorpresa. Y al mismo tiempo que dejó de ser familiar para mí, dejó también de ser inocente. Me parecía tan culpable el gozo que sentía yo al oírle, que muchas veces, cuando yo intentaba hacérselo pronunciar a mis padres se me figuraba que me adivinaban el pensamiento y que desviaban la conversación. Entonces yo hacía recaer la charla sobre temas referentes a Gilberta, machacaba sobre idénticas palabras, porque aunque sabía muy bien que no eran más que palabras –palabras pronunciadas allí, lejos de ella, que no oía, palabras sin virtud alguna que repetían lo que era, pero sin poder modificarlo–, sin embargo, se me antojaba que, a fuerza de manejar y de resolver todo lo que tocaba a Gilberta, quizás saldría de allí una chispa de felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario